L.E.V. Festival 2025 en el Jardín Botánico Atlántico: inmersión sonora en estado puro

Jardín Botánico Atlantico, Gijon
Artistas: Mizu / Dylan Henner
Evento: LEV Festival 2025

Un formato técnico y artístico singular

El cierre del L.E.V. Festival 2025 en Gijón volvió a apostar por una de sus propuestas más delicadas y transformadoras: el concierto silencioso en el Jardín Botánico Atlántico, celebrado el domingo 4 de mayo en la Laguna Boreal. Esta experiencia se articula bajo un formato técnico cuidadosamente diseñado por el colectivo Silencio Sonoro, responsables de convertir la escucha en una arquitectura invisible pero rigurosamente pensada.

Gracias a auriculares inalámbricos de alta fidelidad, entregados a los asistentes, el sonido se convierte en una experiencia íntima y portadora. Silencio Sonoro no solo se encargó de la transmisión sin interferencias ni latencias, sino que orquestó una puesta en escena sonora sin altavoces, sin cables a la vista, sin distracciones, creando así un concierto que parecía emanar del entorno mismo.

Esta factura técnica minuciosa permitió a los artistas trabajar con una espacialidad distinta: sin necesidad de volumen ni presión acústica, pudieron explorar dinámicas sutiles, capas frágiles y frecuencias bajas que en otros contextos se perderían. El público, por su parte, se convirtió en una comunidad móvil de oyentes en suspensión, caminando entre árboles o sentados junto al agua, conectados por un hilo auditivo común que solo ellos podían oír.

Los artistas: Mizu y Dylan Henner

La propuesta artística estuvo firmada por Mizu, violonchelista y compositora estadounidense con formación clásica y lenguaje electrónico, y Dylan Henner, artista británico centrado en el ambient y la experimentación auditiva.

Mizu abrió la jornada con una suite de piezas propias que combinaron arcos sostenidos de violonchelo con procesamientos digitales mínimos. Su música se desplegaba como un mapa emocional líquido, envolviendo a los oyentes en una atmósfera contemplativa. Obras como Forest Scenes o Distant Intervals resonaban no solo en los oídos, sino en el cuerpo entero, propiciando una escucha casi meditativa.

Henner, por su parte, tejió un espacio sonoro hecho de grabaciones de campo, pads y texturas digitales, más cercano a lo orgánico que a lo electrónico. Su propuesta —densa y porosa a la vez— parecía observarnos desde la distancia, como un clima. Entre ambos, al final de la sesión, improvisaron una pieza conjunta no anunciada que emergió con naturalidad y se disipó sin necesidad de cierre: fue uno de esos momentos únicos que no necesitan ser señalados para hacerse inolvidables.

Una experiencia de escucha expandida

Lo que convierte esta propuesta en algo singular no es solo su cartel, sino su capacidad de alterar la relación entre cuerpo, espacio y sonido. Al eliminar los elementos escénicos convencionales, la música se transforma en una presencia más que en un espectáculo.

Esta desjerarquización es también un acto de cuidado: la propuesta de Silencio Sonoro no busca imponer un modelo técnico, sino alinear la tecnología con la ecología del lugar, propiciando una relación respetuosa entre arte y entorno. Escuchar sin invadir, amplificar sin perturbar: ese parece ser el principio rector.

Una despedida sin estruendo

Como cierre del festival, esta “Silent Sound Session” no fue un clímax, sino una despedida ritual, sutil y compartida. En contraste con la intensidad audiovisual de los días previos, el domingo se ofreció como un momento de recogimiento. El jardín se volvió catedral acústica, y el silencio al final fue más elocuente que cualquier aplauso.

El público se dispersó lentamente, como si no quisiera romper la atmósfera. Muchos salieron sin hablar. A veces, lo más transformador de un festival no es lo que suena fuerte, sino lo que permanece cuando todo calla.

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